Hacia donde caen las cosas, de Matías Feldman, es una de esas obras difíciles de digerir. Políticamente incorrecta, constituye una interesante reflexión. Se da en el Teatro Sarmiento del Complejo Teatral de Buenos Aires.
Matías Feldman tenía esta obra archivada desde hacía varios años. Soñaba con realizarla algún día, pero en teatros independientes veía complejo llegar a trabajar con un cuarteto de cuerdas. Convocado por el Complejo, pudo hacer realidad su sueño de trabajar con el cuarteto integrado por Damián Bolotín, Pablo García, Fernando Herman y Pablo Sangiorgio, bajo la dirección de Diego Vila.
Un tipo de seguridad (Luciano Suardi) solitario, rígido, con rasgos obsesivos. Un tipo que trabaja en seguridad privada: “una profesión surgida en los ’90 –nos cuenta Matías- a partir de distancias sociales cada vez más pronunciadas, un buen producto del neoliberalismo. Una profesión que viene a cuidar a unos (que tienen) frente a otros, pobres, que quieren sacarles lo que tienen. Una otredad "peligrosa" y "extraña". Una divisoria de clase que, además, implica una suerte de deleznable diferenciación: un nosotros, "humanos", y otros "pobres". Este personaje trabaja para esa parte de la sociedad: “cuida sus cosas”. La obra se mete en la cabeza de este personaje, alguien que está esperando todo el tiempo la situación para la cual está preparado: un robo, un asalto armado, un secuestro, etc.; pero cuando sucede, esto le genera un shock, un quiebre que lo hace desmoronar. Su construcción del mundo se rompe y entonces ve otra cosa. Y lo que ve es simple y extremadamente doloroso e injusto. Se sensibiliza, pero es demasiado para él. No lo soporta.
El trabajo resultante es el de una reflexión sobre el soporte: la interrelación entre tres componentes: la escena, el video y la música. A veces se subrayan alguno de ellos, en otros momentos cobra uno el protagonismo. El video, a cargo de Agustín Mendilaharzu, aparentemente decorativo en una primera instancia, se incorpora al relato en el devenir de esta historia, hasta ser parte del mismo protagonista. Lo mismo hace el cuarteto de cuerdas. Este trabajo con los componentes es utilizado magistralmente por Feldman. “Generador de climas, primero, –cuenta el director y dramaturgo- y luego voz en el relato. Una voz vinculada con estímulos más sensoriales, podríamos decir, más abstracta”. Al director de obras como Reflejos, Patchwork o Todo se desmorona salvo este dolor le interesó que la idea del soporte empezara a ensancharse, a engrosarse como las líneas de una pintura fauvista, que empezara a tener carácter de "cosa" y no de borde conteniendo la figura, sino que pasara a ser figura. “Busco mostrar la tela blanca donde se está pintando el cuadro. Por eso los soportes pasan, de sólo estar, a ser parte del relato, y después a casi irse de la ficción misma”. Y en eso tiene mucho que ver el trabajo de Mariana Tirantte en escenografía y de Matías Sendón en la iluminación, para componer visiones extrañas y casas al mejor estilo set de televisión. “Como ocurre con el personaje que empieza a romper los límites de la ficción -continúa Feldman-, aunque nunca deja de ser el personaje quien lo hace, no el actor, ni el autor. En eso coincide con mi obra Todo se desmorona salvo este dolor. Un personaje está tan compenetrado con lo que le pasa, que salta de los límites ficcionales a hablarle al público, por ejemplo”.
Esta reseña no puede dejar de nombrar el exquisito trabajo de un elenco integrado por Luciano Suardi, a la cabeza, por Juliana Muras, Lorena Vega, Santiago Gobernori, Alan Bogado y Jackie Cabezas.
Feldman, además, se mete en el terreno complicado de las clases sociales y, si bien dice tener una opinión al respecto, prefiere nunca hacer una bajada de líneas: “Jamás. No hago teatro para eso. A lo sumo el teatro puede generar una reflexión, trabajar en el territorio de la resonancia, como cuerdas que hacer vibrar a otras. Intenté meterme con estereotipos, sujetos en teoría conocidos por todos, pero volverlos particulares, únicos, al igual que con ciertos tópicos, y extrañarlos, correrlos de lo esperable. Hace tiempo que en mis obras sucede una especie de crítica a la clase media, a veces sin buscarlo. Pero en esta obra eso estaba más consciente, ya que me toca dirigir en un teatro del Estado. Sentí la responsabilidad de generar esta crítica, esta reflexión más fuertemente. Es indudable que a este teatro viene la clase media de la ciudad de Buenos Aires, una ciudad gobernada por el macrismo, que hace del discurso de la inseguridad su leitmotiv. Esta violenta situación que pone en primera persona a una clase y desaloja en tercera persona, a una horrenda otredad: los pobres”.