Quizás lo bueno de hablar de danza sea que no hay nada absolutamente explícito que pueda decirse, no hay ninguna expresión lingüística que describa exactamente lo que se vio o puede verse. Podemos, entonces, en este caso, explayarnos sobre las percepciones que hemos tenido sobre la obra del Grupo Krapp en oportunidad de su reestreno y mezclarlas con percepciones previas, las del momento en que Mendiolaza se estrenó en la sala Bianco, sin, por eso, adelantar prácticamente nada de lo que los espectadores podrían percibir cuando la vean próximamente. Si bien en el espectáculo se cuenta una anécdota (la vida bizarra de los habitantes de un pueblo “del interior del interior argentino”), se crea una atmósfera (decadente, densa, acentuada por una lentitud, rota por algunos quiebres de sonido y movimiento, que varían el ritmo, para hacer más espeso el momento siguiente), y hay unos personajes perfectamente delineados (increíblemente machistas y patéticos para la generación a la que pertenecen los autores, aunque hay que destacar que ellos son de un pueblo de Córdoba), ninguno de estos elementos son en sí la obra, o al menos nada de esto la justifica totalmente. Lo que sí sucede y la cierra estéticamente, es que la secuencia de movimiento (la danza tal cual la conocemos), está incluida en lo que está pasando a nivel narrativo. Y esto es un logro de varios momentos que se agradecen eternamente. Se trata de secuencias que cuando resultan, cuando se desligan de la herencia de la danza contemporánea holandesa, hacen al dramatismo más que a la demostración de las perfectas y sorprendentes habilidades de los intérpretes. Ni hablar de cuando los muchachos se relacionan y crean escenas desopilantes, cargadas de violencia poco contenida y de mucha ternura a la vez. Quizás la mujer, que a veces juega a la par del hombre en fuerza física, no deja de ser de objeto (de deseo, risa, entretenimiento, lucimiento varonil o dominación).
Lo malo de tener que hablar acerca de una obra de danza es el rótulo. El lenguaje en este espectáculo ¿es el de una técnica contemporánea?, ¿es el de danza-teatro? ¿Importa eso? Mendiolaza es una pieza de danza, en la que interactúan otros lenguajes como el del teatro y el de la música. Hay en ella un gran cuidado de los detalles. Es más: se trata de un glosario de detalles en composición, de momentos únicos que hablan por sí mismos, y que no tienen que ver con decir un texto aunque lo haya. Lo teatral y lo musical ocupan el espacio como los cuerpos. Porque el cuerpo del intérprete se está comunicando y de la mejor manera: está entero en el escenario. Y eso es destacable en la danza: el estar ahí. Cuando realmente es sincero, cuando sucede, vemos el cuerpo del intérprete viviendo apasionadamente en el escenario, completamente. Quizás por eso, un público bastante heterogéneo vibró en gran parte de la obra, en escenas incluso en las que el movimiento organizado estéticamente (la danza) estaba ausente, pero un cuerpo absolutamente presente seguía allí. Porque no sólo de los premios y las giras internacionales se llena una sala independiente para ver danza. Seamos realistas: ninguna obra dura más de dos o tres meses, lamentablemente. Es imprescindible que se corra la voz, que se recomiende entre quienes gozaron estéticamente del espectáculo, para que se mantenga. Y Mendiolaza se estrenó en diciembre del 2002.