Mandinga (La capilla del diablo)

LA PIEZA REFLEXIONA SOBRE EL ENGAÑO, LA TRAICIÓN Y EL MIEDO. LO HACE A PARTIR DE UNA HISTORIA REAL. EN MEDIO DE UNA PLANTACIÓN DE NARANJOS, UNA CÚPULA NEGRA ASOMA SU AGUJA EN EL CAMPO DE LA PROVINCIA DE CORRIENTES: LA CAPILLA DEL DIABLO. UN PACTO Y EL
TIEMPO SIN TIEMPO QUE ABRE SUS PUERTAS Y DESATA EL INFIERNO EN LA TIERRA Y LO INFERNAL EN NOSOTROS.
Cuenta la leyenda que a finales del S XIX, un terrateniente de origen europeo, semianalfabeto, y católico ferviente -que vivió en Corrientes- tuvo una hija que falleció, pero no estaba muerta. Una carreta que transportaba troncos se salió del eje y aplastó a la niña, quien quedó inconsciente. El padre se volcó a la oración, haciendo todo tipo de promesas a Dios para que la muchacha pueda despertarse. Al no obtener respuesta, pactó con el Diablo hacer una capilla en su nombre y como insulto mayor al altísimo, la hizo bendecir por un cura.
A partir de este mito rural surge este espectáculo en donde se indaga en la siguiente pregunta: ¿qué pasa con los cuerpos hoy? Este es un país con infinidad de cuestionamientos, silencios y catástrofes vividas en “los cuerpos”. Buceando en las respuestas es que Mandinga es, ahora, un hecho escénico. Poner el cuerpo, ocupar el espacio, la calle, la sala, la escena. ¿Qué otra cosa hace, si no, quien actúa? ¿Qué otra cosa, si no, es finalmente el teatro? Habitar el espacio. Y por detrás del presente se tejen recuerdos, se filtran historias de cuentos de abuelas y relatos escuchados a escondidas entre la peonada y el personal doméstico en el campo. Historias de monte, infierno y ataduras.

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