Luego de pedir disculpas por cierta tautología en el título, digamos que el Festival de Rafaela había tenido su crónica hace unos años en Alternativa Teatral con la mirada de Sonia. Esta vez me tocó el turno de vivir ese festival del que todo el mundo habla (bien).

Entre el 16 y el 21 de julio, la fiesta se adueñó de Rafaela, tomó las calles por asalto, hizo un recorrido asombroso en el desfile de apertura, se enredó en los originales y divertidos instrumentos de los Desconchertados provocando un Raro concierto, se volvió trágica, escatológica y cercana con Greek, reescribiendo Edipo en una Inglaterra contemporánea, y devino coleccionista de vinilos y recuerdos y “contagiadora” de pasiones en La edad de oro.

Al día siguiente se inauguró la Mesa de devoluciones, un encuentro entre críticos, periodistas y elencos, matizados de café, mate y algunas razonables caras de sueño. Allí se intercambiaron puntos de vista sobre las obras, los públicos, las estéticas, la pasión por lo teatral, en fin. En este ámbito, las perspectivas más diversas se pusieron en juego y pudieron convivir la búsqueda de provocación (teatral) de Emilio García Wehbi con el riesgo cruzado por la carcajada de los cirqueros. Día a día se encontraron hacedores de universos absolutamente distintos y pusieron en común sus prácticas y sus experiencias.

Claro que el encuentro fue doble porque, además de cruzarse y escucharse los participantes en la sede del Museo Histórico Municipal, también lo hicieron en las salas (o sus equivalentes funcionales) y se vieron mutuamente. También alternaron los más jóvenes con los de más recorrido por las artes escénicas. La variedad de propuestas fue una marca indeleble de este FTR 2013. Universos de las artes escénicas que no necesariamente se conocen aquí se entramaban de manera cotidiana.

También hubo espacio para otro tipo de encuentros: la charla abierta con Virginia Innocenti y la presentación de Botella en un mensaje, el bello libro de Emilio García Wehbi que abrió la puerta a interesantísimas reflexiones.

La fiesta, también, se vivió entre el público. No había modo de llegar a las salas y no encontrarlas colmadas de gente expectante y ansiosa. Un público que se percibía cálido y dispuesto a la novedad. No realicé un trabajo de campo para consultar por la recepción de las obras, pero conviví en la platea con los silencios angustiados y con las carcajadas que se desataban una tras otra ante el desafío desde la escena.

Pero volvamos a las obras. El circo dijo presente con carpa nueva y preciosa, para regocijo y orgullo de todos. Las funciones estuvieron colmadas de grandes y chicos entusiasmados por igual; por allí pasaron H2Olga, Rodando a Saco, Mucho más que circo. Por otra parte, fue emocionante escuchar a los protagonistas inscribirse en la tradición del circo criollo, muchos formados por los Hermanos Videla, revalorizando el lugar de aquellos como formadores de técnicas y de pasiones. Cada grupo con su estilo hizo disfrutar a la platea de sus destrezas y de su particular forma de humor.

Toda la familia, además, tuvo otra propuesta de otra índole, Javiera, historias que se despliegan, porque está bueno saber que los niños espectadores pueden hacer mucho más que reírse en una sala de teatro.

La variedad del festival se hizo evidente en las articulaciones. Othelo, con su versión clownesca de la tragedia de Shakespeare, en delicadísimo equilibrio (firme y exacto como los cubos) u otra lectura (libre, de toda libertad) del inglés, con Las hijas del Rey Lear, sostenida por unas brillantes actuaciones. Para seguir con los clásicos, otro, pero nacional, Copi, en versión musical, con un Cachafaz cosechó aplausos, risas y empatía, luego del sustito inicial.

Y convivieron las propuestas intimistas de Todo verde y La mujer puerca, con dos actrices que rompieron sus respectivos moldes, con la fiesta de Villa Argüello que hacía salir cantando a todo el mundo.

Pero también hubo lugar para la poesía escénica, metafóricamente hablando. ¿O podría aceptar otra clasificación el teatro de objetos en un ámbito natural con gustito a paraíso, de Los viajes de Hervé, o el universo de mágicas sombras creado por Negras inquietudes?

Sorpresa en el particular lenguaje que “hablaron” sin palabras en Pan de cada día, ternura inenarrable con Vuelve, o un delicioso humor teñidito de negro en La oveja abandonada.

Y convivieron en el festival los secuestradores de Aramburu, en su Operativo Pindapoy con el crítico y el artista que se baten a duelo en Apátrida, doscientos años y unos meses.

Sin olvidar que el cierre quedaría en manos de uno de los espectáculos más impactantes, en términos no sólo de habilidades circenses sino también conceptuales: Travelling.

Si uno mira hacia atrás y realiza el balance, puede decir que algunos personajes eran particularmente esperados. Otros, en cambio, conquistaron al público por la evidencia de su talento y su tarea. El nivel de las obras fue sorprendente. El trabajo de Marcelo Allasino y su equipo dejó a las claras que este festival es un sueño hecho realidad por prepotencia de trabajo, como diría, Roberto Arlt.

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